La historia que os voy a relatar a continuación es completamente cierta, me ocurrió hace unos 4 años y los hechos ocurridos me llevaron a no volver a ver a una pareja que hasta entonces habían sido amigos.
Un domingo cualquiera invité a un grupo de amigos a comer a casa, concretamente a tres parejas, me gusta ser un buen anfitrión, no les faltó un detalle, cerveza fría nada más llegar, aperitivos ibéricos, terminándose de hacer en la cocina un excelente arroz con langostinos y botellas de vino enfriándose. La primera pareja nos trajo de regalo un libro de cocina italiana, la segunda nos sorprendió con una magnífica botella de bourbon Jack Daniel's Single Barrel, la tercera pareja trajo muchas ganas de comer.
Reímos, comimos, bebimos, y cuando llegamos al postre saqué una tarta casera de flan de chocolate que estaba realmente buena, todos comimos, la tercera pareja repitió alegando que estaba exquisita, lo que en aquel momento me llenó de satisfacción. Sentados en el salón tomamos una copa, el hombre de la tercera pareja quiso probar el Single Barrel, cómo no!, sacamos unos vasos y lo probamos, admirado por la calidad del brebaje pidió otro, más tarde aun asombrado volvió a llenarse la copa. Comieron y bebieron como reyes.
Cuando nos despedimos, esta tercera pareja que casualmente son los que viven más cerca nuestra nos emplazaron a las pocas semanas en su casa para devolvernos la cena en agradecimiento por la atención recibida. Me pareció un acto muy noble en una clara intención de forjar relaciones.
Llegó el día, en vez de la típica botella de vino le llevamos de obsequio el álbum de bautizo de su hija, las fotos las había hecho yo profesionalemente aunque no le cobramos ni un maldito euro. Pensamos que nos esperarían con "su famoso mero al horno", el mismo que se jactó de repetir una y otra vez el día que comieron en mi casa, en su defecto esperábamos algo elaborado, algo hecho con cariño.
Cuando llegamos le entregamos el álbum, les encantó, a ambos se le saltaron las lágrimas, es lo más gratificante que le puede ocurrir a un fotógrafo. Después de las gracias, los abrazos y las palmaditas en la espalda nos sentamos en la mesa, una mesa despoblada, desértica, diáfana, y mientras esperábamos que vistieran la mesa pusieron encima de ella un plástico envasado al vacío con loncheados, salchichón y chorizo. Creíamos que se trataba del aperitivo cuando exclamó el marido, "venga! comer que esto es lo que hay".
Os juro que nosotros creímos que estaban de broma, pero no fue así. No hubo ni un paquete de patatas, ni unas aceitunas, los miserables no tuvieron la decencia ni de poner platos, sirvieron el envasado en el mismo plástico. Se me pasaron por la cabeza todos y cada uno de los langostinos que eché en mi arroz, de la media botella de Single Barrel que se metió el cabrón en el buche, del álbum de fotos, de lo estúpido que fui 15 minutos antes en pensar en un mero al horno. El poco interés que tenía por aquella amistad se derrumbó como un castillo de naipes.
No quiero parecer un capullo sibarita, que lo soy, es que hay que ser muy hijo de puta para después de recibir un trato inmejorable y un regalo inolvidable devolver el agradecimiento con un jodido paquete de loncheado del cual comimos dos lonchas de salchichón y una de chorizo. Los maldije durante semanas de forma constante, hasta el día de hoy, que los evito y jamás hemos vuelto a quedar con ellos.