Los duelos en la carretera por ver quién va a más velocidad siempre me han parecido de gente vulgar, pero todos tenemos un día tonto, yo inclusive. Me ha ocurrido varias veces aunque podría decir que sólo una vez de forma seria, aquella vez metí la pata aunque salí completamente airoso de aquella mierda. Y digo que metí la pata porque independientemente de la velocidad que alcancé, que no viene al caso, los ocupantes del otro vehículo eran de la raza calé.
Aquella noche iba de camino a casa bastante encabronado, no recuerdo el porqué, pero así era. Conducía con cierta celeridad, sin hacer caso a los demás conductores. Cuando me quise dar cuenta me adelantó un coche de color blanco y se colocó delante mía de forma violenta, justo en un desvío. En una de las incorporaciones a la autovía le hice una pasada de libro pensando que no volvería a saber más de él. Cual fue mi sorpresa cuando lo vi aparecer por mi derecha como un misil al mismo tiempo que una mano desde su interior me retaba a seguirle.
Era lo último que me faltaba, fue la llama que hizo explotar el jodido barril de pólvora que era yo en ese momento. Él tenía mejor coche que yo, pero me daba igual, el 80% de las veces no gana quien lleve mejor coche sino quien menos tornillos tenga en la cabeza. Sin dudarlo un segundo pisé a fondo el acelerador y mientras esquivaba los demás coches a lo Mad Max me puse a su altura y bajé mi ventanilla para mirarle a los ojos mientras lo pasaba.
Cual fue mi sorpresa cuando vi en el interior del coche a cuatro gitanos que estaban mirándome con una cara de mala hostia impresionante, noté que estaban perplejos por mi falta de cordura, estoy seguro que jamás les había pasado algo parecido, una persona sola sin temor ninguno encarándose con ellos con la ventanilla bajada y a toda hostia.
El enfrentamiento estaba servido, sabía que mi osadía había llegado demasiado lejos y por mucho que frenara y los dejara avanzar ya no me dejarían, ellos me seguirían, me había convertido sin quererlo en el entretenimiento que llenaría de diversión la noche de cuatro gitanos con muy poco que perder. Yo, que soy un hombre de recursos y funciono bien bajo presión comencé a valorar la situación y barajé las posibilidades reales que tenía de salir de aquella situación sin ningún navajazo y con todos mis órganos intactos. Lo primero que se me ocurrió fue dar un volantazo y huir como una comadreja por la primear salida, pero sabía que ese plan era muy arriesgado por dos razones, primero porque tomar cualquier salida a la velocidad a la que íbamos en ese momento era un suicidio asegurado y segundo porque si la jugada me salía mal y ellos conseguían también tomar la salida ya no podría librarme de ellos jamás, me convertiría en un pequeño ratón escapando de cuatro zorros con ganas de bronca. Acelerar tampoco podía.
Estaba fucking jodido, aquellos cuatro cabrones comenzaron a gritar y hacer aspavientos con las manos, el copiloto sacó la cabeza por la ventanilla y entonces fue cuando mi sistema límbico tomó las riendas de la situación. No sabría deciros con exactitud cómo se me ocurrió aquello, pero tras esos tres segundos de calma que preceden a la batalla, saqué mi brazo por la ventanilla, y mirándolos a los ojos mientras intentaba no desviarme, saqué a relucir la mejor de mis sonrisas y levanté mi dedo pulgar.
Bingo. Tomé la única salida no violenta que existía, me sentí como si hubiera resuelto el más difícil de los acertijos. Vi perfectamente cómo cambiaba el rictus de cada uno de los gitanos y las caras de perros rabiosos comenzaron a disiparse dando paso a sonrisas y aplausos. Como os lo estoy contando, me sonrieron los cuatro y me dieron la enhorabuena por mi conducción. Todos reímos con nuestros pulgares levantados y tras el agradecimiento levante mi mano para despedirme amigablemente y ellos correspondieron protocolariamente despidiéndose también de mí. Fui disminuyendo paulatinamente la velocidad hasta que poco a poco los fui perdiendo en el horizonte.
Aquella noche dormí como un bendito.