Me sorprende la poca literatura que existe destinada a hablar sobre el veraneo, concretamente a la diferencia entre vacaciones y veraneo. Veraneo es una de esas palabras maravillosas de nuestro vocabulario que tendríamos que perpetuar generación tras generación. La gente cree que es lo mismo, pero no es así.
El diccionario nos dice que vacaciones es el descanso temporal de una actividad habitual, principalmente del trabajo remunerado o de los estudios. Sin embargo veranear nos dice que es pasar las vacaciones de verano en un lugar distinto de aquel en que habitualmente se reside.
Con la definición ortodoxa podemos establecer la primera diferencia, las vacaciones no tienen cota temporal mientras que el veraneo como bien la palabra indica es algo que sólo puede hacerse en verano. Pero tenemos que ir más allá, entre otras cosas porque las vacaciones de verano no implican veranear, es decir que tú puedes irte de vacaciones el mes de agosto a Roma y no por ello estarás veraneando.
¿Qué es lo que diferencia realmente el veraneo de unas simples vacaciones? Yo diría que veranear es hacer cosas de verano. ¿Pero qué son las cosas de verano? Ahí es donde radica el encanto de la palabra veraneo, que se refiere a una serie de acciones no escritas pero bien definidas por la sociedad española.
El veraneo es algo muy nuestro, como la paella, las playas abarrotadas, la nevera bajo la sombrilla o las mesas vestidas con manteles de papel. El veraneo para mí es una ecuación extremadamente compleja con múltiples variables que sólo un español puede resolver sin tan siquiera proponérselo.
Te cuento esto porque yo llevo unos días de vacaciones pero aún no me he ido de veraneo. Es decir que básicamente es como no haber estrenado el verano. Qué duda cabe que el veraneo en su máximo esplendor se dio en la época dorada y que desde entonces ha ido degradándose por culpa de las cosas modernas. Siempre me ha llamado mucho la atención precisamente cómo a finales de los 90 el comportamiento del español medio en las playas mutó a la mal llamada modernidad que no es otra cosa que el menosprecio a las tradiciones de toda la vida de Dios para sustituirlas por un teatro barato de postureo vergonzante. En España no sabemos muy bien cómo, pero de un día para otro pasamos de ver normal lo que las familias habían hecho durante décadas, a algo muy de paletos, sin ser conscientes que ese mismo acto de snobismo rancio era mil veces más cateto que el tupper de filetes empanados.
Ir a la playa se convirtió en algo casi elitista y para ser moderno había que romper con las tradiciones de toda la vida. Eso de llevarse la comida a la playa era algo de catetos, al igual que las bebidas había que consumirlas en el chiringuito y no sacarlas de una nevera. La costa gaditana por ejemplo está perfectamente segmentada en destinos tradicionales y zonas de modernitos. Aunque todo esto está cambiando en la actualidad.
A día de hoy la generación que antes iba de moderna ahora tiene hijos, pocos ingresos y cada vez menos pelo, así que se están olvidando esos remilgos para volver a la tradición de siempre, al menos es la percepción que yo tengo.
España era un país mucho mejor cuando la gente veraneaba sin complejos.