A poco que te pongas a recordar empiezan a brotar recuerdos de la infancia que mejoran con creces las catetadas que se hacen hoy día. La mayoría de veces los recuerdos más gratificantes son esos detalles que no tienen importancia en apariencia pero que esconden una historia digna de ser contada. Es el caso precisamente de la historia que voy a contarte ahora. Todo comenzó una bella década conocida como Los Ochenta, en aquellos años la población vivía sin complejos y las meriendas a base de bocadillos eran idolatradas. Pan con chocolate, mortadela con aceitunas, queso, lomito... todo era susceptible de convertirse en un bocadillo. Mi preferido era el de salchichón. En la época dorada no se estilaba la pamplina esa de comprar cuatro lonchas de fiambre envasadas en un paquete con más plástico que contenido, sino que lo normal era comprarse el salchichón entero y cortarlo cada uno en su casa. El salchichón que compraba mi padre era una verdadera delicia, jugoso, con pimienta, lo que se dice un salchichón de verdad. El bocata de salchichón marcaba el ecuador de la tarde, salías de la piscina, te enroscaban en la toalla y te ponías a comer en el césped aquella maravillosa obra de arte.
Uno de esos veranos de finales de los ochenta, en esos aquelarres que se formaban en la piscina compuesto por las madres de la chavalería del barrio, aterrizó desde Barcelona la amiga solterona de una de esas madres. Tengo su nombre grabadoa fuego en mi cabeza, se hacía llamar Magali. El caso es que Magali era lo más exótico que habían visto muchas de esas madres sevillanas de finales de los ochenta, aquella bruja contaba cosas de Barcelona que a todas asombraba. Bien, pues una de esas tardes, estando la chavalería rumiando sus bocatas, a aquella mujer le dio por decir que ella en Barcelona compraba salami, que era como el salchichón pero más blandito y que encima su charcutero se lo cortaba en lonchas finitas para que ella en su casa tuviera las manos libres para arrascarse el coño en lugar de cortar salchichón.
Aquello marcó un antes y un después en mi vida. Como la de Barcelona lo había dicho, todas las madres catetas comenzaron a comprar salami, producto que por aquel entonces no era muy común en estas latitudes. Le dije repetidas veces a mi madre que no quería esa puta mierda de salami, que el salchichón era lo mejor que se le podía meter a un bocata, pero ni caso. El salami comenzó a invadirnos como lo están haciendo ahora los negros del Open Arms y cuando nos quisimos dar cuenta, el salami había prácticamente desterrado al salchichón ibérico de las meriendas patrias.
Aquel diablo de Barcelona jodió la vida a más de uno con sus ideas de tolerancia al salami y las malditas mentes moldeables de las madres hicieron el resto. Yo lo veo de esta forma, Magali es como el Open Arms y el salami son los musulmanes que nos quieren invadir, siempre es el mismo patrón, un forastero te dice desde su falsa superioridad moral que lo de fuera es mejor y hay que aceptarlo, y cuando te quieres dar cuenta ya es demasiado tarde y les han jodido la vida a los de dentro.