El otro día encontré en mi enorme archivo de formato físico digitalizado, un documento bastante interesante que tal y como se están poniendo las cosas en esta normalidad covidiana, bien podría ser una guía para generaciones venideras de cómo se divertía la juventud en la fascinante década de 1990.
Hablamos de una época en la que nadie tenía teléfono móvil, y en el raro caso de tenerlo por supuesto sería sin cámara. Si eres un joven nacido en el siglo XXI te costará imaginarlo, pero nos pegamos unos pocos de años con móviles qué sólo servían para llamar y enviar primitivos y costosos mensajes SMS. Bueno que me conozco y me ando por las ramas, te iba diciendo que por aquel entonces si querías perpetuar un momento, no te quedaba otra que coger una videocámara y grabar como un auténtico reportero.
Yo ciertamente no era mucho de fiestas, quiero decir que no me drogaba ni me emborrachaba con frecuencia, pero debes saber que una persona "tranquila" en los años 90 sería considerada a día de hoy un auténtico vicioso. Daba igual que fuera invierno, verano o entretiempo, siempre había gente con ganas de hacer el cabra, muchos de ellos en época estival se quedaban solos en sus enormes chalets porque sus incautos padres se iban a pasar el fin de semana a la playa. Momento ideal para que el inconsciente de su hijo invitara a medio centenar de amigos para montar una bacanal.
Una de esas tardes mágicas de los noventa me encontraba grabando un corto con un par de amigos y un vecino nos avisó que fulanito se quedaba solo en su casa, que por supuesto estábamos invitados y esperarían nuestra llegada con júbilo. Así que se nos ocurrió ir con la cámara de vídeo.
Cuando llegué había gente que no conocía, era lo normal, antes conocíamos a gente en la vida real y no en una red social como se hace hoy. Politoxicómanos, borrachos y jóvenes alocadas con ganas de rozarse.